La Radio ya estaba inventada y existían emisoras en diferentes partes
del mundo. Sólo hacía falta que el nuevo sistema de comunicaciones
llegara a una gran parte de la población. Para ello eran necesario crear receptores capaces de sintonizar las emisoras que no fueran muy costosos.
El rey de estos primeros receptores económicos fue la radio de galena.
Basado en un cristal semiconductor de sulfuro de plomo (galena), era
capaz de captar señales moduladas en amplitud (posteriormente también se
descubrió que podían recibir señales FM) en la banda de onda media y
onda corta.
Su principal ventaja era su bajo coste y que no necesitaba alimentación externa,
ya que toda la energía la recibía de las propias ondas de radio. Esto
tenía como resultado un bajo nivel del audio, que además variaba con el
nivel de señal que se captaba.
Si se quería más calidad en el audio y que la emisión se pudiese
escuchar por varias personas a la vez era necesario dar un paso más y
optar por sistemas de recepción con algún tipo de amplificación.
Al principio estaban basados en válvulas de vacío,
lo que hacía que los receptores fueran equipos de grandes dimensiones y
peso que si bien resultaban apropiados como centro de ocio familiar en
los hogares, no podían ser llevados por los usuarios en sus
desplazamientos cotidianos.
Estos problemas se resolvieron cuando décadas después el transistor
comenzó a imponerse (aunque a algunos nostálgicos aún siga sin
gustarles) en los equipos de audio domésticos, permitiendo un nuevo
salto en los receptores y en las funcionalidades de los mismos. La Radio
moderna había nacido.
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